Yo fui el primer hijo de la familia, por razones varias del destino. Me aventuré a conocer este mundo la primera madrugada de diciembre del '95. Para entonces mis padres eran dos jóvenes (y vaya jóvenes) y estaba muy de moda buscar los nombres de los hijos en La Biblia. Ellos, como buenos cristianos, decidieron continuar con la costumbre en lugar de inventarse un nombre con las combinaciones de los suyos, que imagino yo habría sido algo como Carmar, Javilore, Marca, Lorenier, o cosas semejantes, puesto que sus nombres son Carmen Javier y Martha Lorena.
En el afán de encontrar un nombre bonito empezaron a ojear La Sagrada Escritura una y otra y otra vez. Se detuvieron en el libro de primera de Crónicas, donde se hallaban los hijos de Benjamín (y pienso yo que con el nombre de Benjamín habría estado bien). Tras ver una y otra vez, decidieron que mi nombre sería Béker. El miembro más nuevo de la familia entonces se llamaría Béker, ¿qué significaba? Nadie lo sabía.
Así pasó la infancia, y cierta parte de la adolescencia sin que yo me diera cuenta del significado de mi nombre. Un día se me ocurrió buscarlo, y con la espina en la mente me fui al ordenador, accedí al Google y me dispuse a iniciar mi investigación, así de fácil como nos resulta en estos tiempos de cosas rápidas. No me fue difícil dar con el origen de mi extraño nombre.
Resulta que mi nombre tiene origen hebreo, cosa que era de esperarse estando en la lista de nombres que ponían los judíos. Al parecer la gente de aquellos tiempos tenía un humor extraño, y se querían reír cada vez que llamaran a sus hijos. ¿Por qué les digo esto? Bueno, resulta que mi nombre significa "panadero". Sí, eso, panadero. ¿Y qué sé yo de hacer panes? ¡Nada! ¡No sé nada de panadería!
Yo iba contento por el mundo sin tener un nombre extraño de esos inventados por la gente de ahora. Pero mi nombre tiene un significado más raro aún de lo que hubiera esperado. Por eso te advierto, amigo Sancho, cuando le pongás nombre a tus hijos fijate bien en el significado del mismo. No has de querer que él se acompleje cada vez que se acuerde de ello, a menos que nunca le entre la curiosidad de saberlo.
Pongamos nombres bonitos, sencillos, fáciles de pronunciar... y aremos el alma de nuestros hijos.
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