La vida es arte

La vida es arte

sábado, 16 de julio de 2016

Has de ser siempre diamante.

Me levanté de mi asiento para ir a llamarla a la puerta -los médicos deberían hacerlo siempre, no llamar a gritos desde su escritorio-, sé bien cuál es su nombre, pero por ahora, querido Sancho, sólo vamos a llamarla Dulcinea. No pasa de los veintidós, su forma de caminar con un braceo discreto y las palmas de las manos "viendo" hacia atrás me revelaron a una muchacha tímida (los tímidos son cajas de pandora). Sus pasos eran suaves y silenciosos. Se sentó, yo también, le ofrecí mi mano desde el otro lado del escritorio (los escritorios son el primer obstáculo en la relación médico-paciente), y ella me dio su mano orientada con la palma hacia arriba, lo que me dejó entrever un carácter frágil, quizá baja autoestima... en fin, sólo eran suposiciones mías. Empezó a decirme sus problemas.

Presentaba dolores de cabeza desde hacía dos semanas. No conseguía dormirse a la hora habitual, sino que se quedaba dando vueltas a asuntos en su cama viendo el techo hasta las 3 a.m. Había perdido el apetito, y le costaba concentrarse en sus estudios (porque Dulcinea no sólo es una princesa sino también estudiante universitaria). Traía los resultados de laboratorio, que indicaban que todo andaba bien, excepto por una hemoglobina ligeramente baja. 

-¿Qué tengo?- me preguntó.
-Deme un momento, volveré a ver los exámenes- le respondí y agaché la vista para analizar el papel.
-¿Me dará paracetamol?-soltó una leve risa de rata. Sin levantar la cabeza la observé por encima de mis anteojos. Al parecer se sintió mal y se disculpó.
-Solamente necesito saber algo más -le dije-. ¿Tiene usted algún problema en casa, o con sus amigos, con su novio?-pocas, muy pocas veces escuché a mis colegas hacer esa pregunta, normalmente se le da al paciente unas pastillitas de tramadol.
-No, no tengo esa clase de problemas- dijo, mientras se rascaba la nuca y la nariz alternadamente.
 
Al verme permanecer en silencio observándola, agachó la mirada y logré ver en sus ojos una lágrima.
Esperé a que levantara la vista de nuevo y le ofrecí mi mano. La tomó, la apretó con cierta fuerza (ella no sabía que me había fracturado recientemente y apenas me había quitado el yeso hacía una semana). 

-¿Por qué quiere saber?
-Porque le hará bien contárselo a alguien.
-¿Cómo lo sabe?
-No lo sé, sólo lo sospecho, uno no sabe las cosas, sino que las sospecha hasta que no se las dicen directamente.

Era su novio. Hacía tres años habían iniciado una relación, se conocieron en el súper, de esa forma que sale en las películas, cuando chocan, ella deja caer sus cosas y él le ayuda a recogerlas, entonces sus miradas se encuentran y se dan cuenta que el destino (¿existe el destino?) los quería juntos. Hubo besos, abrazos, y ante la seguridad de que estarían siempre juntos, también le entregó su cuerpo sin desunirlo del amor que le tenía. Así pasaron los días, los meses, y se amaban en esa manera incompleta de amor varias veces por semana.

 Pero en el último año él había estado esquivo, molesto por cualquier cosa, no reía como antes, no la elogiaba por cualquier cosa trivial, no le decía que sus blusas comunes la hacían ver única y especial. No buscaba sus caricias... y para ella eso dolía. De muchas maneras intentó de nuevo recuperar al chico del súper, pero no lo logró. Discusiones, lo típico, hasta que hace cuatro meses él en un arranque de ira le reveló que le había sido infiel, y que no quería más nada con ella. Con su corazón destrozado, se había decidido a olvidar y no amar nunca más. Una tarde él regresó a buscarla, entrado en tragos, y ella, que no lo había superado aún, lo recibió resignada, y volvieron a entregarse incompletamente uno al otro. Ella asumió que volvería a ser el mismo. A la mañana siguiente, ya no estaba. Y no ha vuelto más.

-No valgo nada -dijo viendo hacia el piso, mientras con un pañuelo secaba sus lágrimas y su nariz.
-Efectivamente no valés nada -le contesté-, valés todo.
-Es fácil para usted decirlo.
-Es fácil también para vos decir que no valés nada.
-No es cierto. Yo perdí todo.  Perdí mi valor, mi dignidad, a mí misma.
-¿Perdiste todo eso?
-Así es.
-Bueno, veamos.  Antes que te ocurriera todo, ¿qué eras?
-Una persona común- respondió con una leve sonrisa.
-¿Y entonces ahora, después de todo, ya no sos una persona?
-Bueno, sí, lo sigo siendo.
-¿Te gusta leer?
-Pues, un poco, ¿por qué?
-Hay un poema de Darío que habla sobre un diamante, y creo que aplica bien para tu caso.
-¿Qué poema es ese? ¿Qué dice?
-Bueno, no lo sé de memoria, pero puedo citarte el ejemplo. Veamos, habla sobre un diamante, uno muy hermoso, que cae en un fango, pero aunque haya caído ahí, no dejó de ser diamante. Bueno, el fango puede quitarse y el diamante sigue siendo lo que antes era.
-Yo no soy un diamante.
-Claro que lo sos.
-El diamante no tendrá ningún daño al caer al fango, yo sí.
-¿Quién te ha dicho que no lo tuvo? El hecho de que no se vea daño alguno en su superficie no significa que no lo haya tenido. Pero a lo que yo me refiero es que no dejó de ser lo que era. Y vos no perdiste tu dignidad, ni tu valor, simplemente te olvidaste de ellos, y los dejaste en manos de otro, un tuerto, en este caso. Pero siguen estando ahí, porque son tuyos, aunque no te podrán ser muy útiles mientras los dejés en manos de los demás, bella Dulcinea.

La chica me vio y guardó silencio un momento. Su faz había cambiado de apariencia. Cerró sus ojos por unos segundos, respiró profundamente y esbozó una sonrisa. Volvió a buscar mi mano, que aún estaba sobre el escritorio y me preguntó si era verdad lo que había dicho. "¿Te lo habría dicho si no supiera que es verdad?" le contesté. Sonrió de nuevo.

-Entonces, ¿no habrá paracetamol?-dijo graciosa.
-Creo que necesitás charlacetamol.
-¿Entonces puedo volver para charlar?
-Claro, pero en la próxima ocasión te atenderá mi esposa.

Dulcinea se fue sonriendo, jurando que leería el poema, y yo me quedé contento sabiendo que había logrado arar un poquito su alma.




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